Esta es una historia real, pero no se revela el nombre de la narradora ni los títulos de los programas que dirigió para proteger su seguridad y anonimato.
Incluso ahora, me asusta recordar lo que ocurrió cuando intenté luchar contra el comercio sexual.
También estoy triste porque amo a mi país y me siguen importando mucho los niños a los que ayudaba.
Pero ahora, sólo puedo ofrecer ayuda desde la distancia.
Fue un sacrificio que tuve que hacer para mantener a mi familia a salvo.
Esta es la triste pero verdadera historia de lo que me ocurrió cuando intenté luchar contra el comercio sexual en Medellín, Colombia.
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La Primera Amenaza
Durante más de dos décadas trabajé para organizaciones sin ánimo de lucro. Soy licenciada en Pedagogía Reeducativa y me apasiona ayudar a los drogadictos, a los que se han visto obligados a prostituirse y a los niños que han sufrido abusos físicos y sexuales.
Estaba ayudando a mi país y contribuyendo al bienestar de las generaciones futuras.
Pero ese trabajo no estuvo exento de problemas.
La primera amenaza ocurrió en octubre. Alguien llamó a la oficina y preguntó por el director. La persona que llamó no preguntó por mí, pero cuando pasé al teléfono me dijeron muchas grocerías. Me advirtieron.
“¡No vamos a dejar que siga metiendo las narices en nuestro negocio!” fue un comentario.
«¡Cuidado!» fue otro.
Si bien estaba perturbada, no le presté mucha atención porque la persona que llamó no había preguntado por mí directamente. Esperaba que fuera algún tipo de broma de mal gusto.
La Segunda Amenaza
Dos meses después, a finales de diciembre, estaba en mi carro esperando en un semáforo cuando se acercó un joven en una moto. Golpeó la ventanilla del lado del conductor con un revólver, gritándome que bajara la ventanilla mientras que me insultaba.
Siguió gritándome grocerías. Luego lanzó amenazas.
«¡No se meta en nuestros asuntos, idiota!»
Me gritó: “No se haga matar» antes de alejarse en su ruidosa motocicleta cuando cambió el semáforo.
La Tercera Amenaza
Pasaron más de dos meses entre la primera amenaza y la segunda, pero la tercera llegó rápidamente.
Al día siguiente, después de que el motociclista me amenazara en el semáforo, ocurrió otro incidente.
Mi esposo de entonces, mis dos hijos adolescentes y yo nos subimos al carro y salimos de la casa. Mi exmarido conducía y yo iba en el asiento del pasajero cuando dos hombres armados en motocicletas rodearon nuestro auto, un hombre a cada lado. Mi exmarido pensó que querían robarnos y empezó a quitarse los anillos, pero los hombres le gritaban amenazas mezcladas con malas palabras que no repetiré aquí.
«¡Piérdase de aquí!»
¡La hemos estado mirando! Ya que lo sabe, ¡no se haga matar!”
Mientras el hombre del lado del conductor nos gritaba, el motorista de mi lado golpeaba la ventanilla del lado del conductor con su arma, intentando romperla.
Entré en pánico. Me incliné y empecé a tocar la bocina.
El hombre de mi lado gritó: «¡Piérdase, zorra!» y se fue.
Una cosa es que te amenacen a ti, pero ahora esas amenazas iban dirigidas a toda mi familia.
El Papel de la Policía
Inmediatamente fuimos a la policía del Centro de Atención Inmediata. Nos preguntaron si nos habían robado y dijimos que no.
Sin embargo, no pudimos ofrecer una descripción porque los hombres llevaban cascos y gafas. No habíamos visto las matrículas de las motos. Por supuesto, la policía nos dijo que estábamos en nuestro derecho de presentar una denuncia, pero que sin pruebas no se podía hacer nada al respecto.
Desafortunadamente, la policía nos dijo que atacar a personas y amenazarlas era algo común -y casi imposible de controlar- en la ciudad.
En menos de veinticuatro horas, me habían amenazado dos veces, cerca del trabajo y cerca de casa. Ese mismo día decidimos irnos a Bogotá.
Estuvimos un mes en Bogotá pensando qué hacer. Mientras estábamos allí, me puse en contacto con un familiar que trabajaba en la policía. Me dijo que debía investigar de dónde procedían las amenazas porque bien podrían hacerse realidad, poniendo en peligro nuestras vidas.
Regreso a Medellín
Volvimos a Medellín en febrero. A estas alturas, pensábamos que las cosas se habrían calmado. Fui a la comisaría de policía cercana a mi oficina, preguntando si podía obtener algún tipo de acompañamiento o escolta para ir y venir del trabajo, ya que no habían detenido a las personas que nos habían amenazado. Por supuesto, eso no era posible.
Durante los siguientes seis meses, fuimos muy, muy cuidadosos. Tomamos precauciones adicionales, incluso decidimos no conducir mi carro durante más de tres meses.
Pero nuestras precauciones no ayudaron.
Esto aún no había terminado.
La Cuarta Amenaza
Era julio cuando empezamos a creer que todo estaría bien,
Mi hijo mayor y un amigo regresaban a casa después de un evento extracurricular cuando notaron que alguien los observaba de cerca. El hombre hablaba por teléfono mientras los observaba. Los chicos sintieron que algo andaba mal.
Ellos aceleraron.
Definitivamente, algo iba mal. Los chicos supieron que su temor era cierto cuando el hombre se acercó a ellos de forma amenazadora.
“Si no quiere que le demos una paliza a usted o a su familia, dígale a su mamá que tiene que dejar de meterse en nuestros asuntos. Ya le advertimos. No se moleste con la policía. No sea estúpido pues la policía ya está involucrada con nosotros”.
Una moto aceleró, el hombre que los había amenazado se subió y la moto arrancó calle abajo.
¿Qué Haría Usted para Proteger a sus Hijos?
Mi hijo y su compañero de clase tenían miedo. No era una coincidencia que los hombres se hubieran acercado a mi hijo. Obviamente sabían qué ruta tomaba cada día porque lo habían estado vigilando.
El miedo impidió que mi hijo fuera al colegio durante dos semanas. Ese mes decidimos huir del país.
Al fin y al cabo, no teníamos pruebas suficientes para obtener protección o encontrar a las personas que nos amenazaban y nos hacían la vida imposible. A estas alturas, sabía que si la policía no estaba dispuesta a hacer nada con respecto al dinero que mi exmarido me debía por el mantenimiento de nuestros hijos, mucho menos aceptarían protejernos, pues se trataba de un caso sin nombres ni pruebas.
Envié a mis hijos a Estados Unidos mientras yo me quedaba un mes más organizando nuestras cosas y vendiendo todo lo que teníamos por dinero en efectivo.
¿Se Puede Luchar Contra el Comercio Sexual?
Sé que debido al trabajo que hacía, fui objeto de abusos y crueldades por parte de los hombres del comercio sexual a quienes no les gustaba que yo sacara a “sus chicas” de las calles.
Pero me rompe el corazón que mi familia estuviera amenazada y mi vida estuviera en peligro. Un buen amigo y compañero de trabajo de un convento que ayudaba a mujeres jóvenes había sido asesinado años antes. Yo sabía que a mí también me podía pasar.
Durante veinte años trabajé para organizaciones sin ánimo de lucro en Colombia, mi país natal, dedicadas a luchar contra el consumo de drogas, la prostitución y la explotación sexual infantil. Fui candidata y luego voluntaria en una organización religiosa de hermanas antes de fundar dos fundaciones para ayudar a los niños de Medellín a salir del comercio sexual.
Uno de los logros más felices de mi vida fue ayudar a establecer la principal fundación de Medellín, ahora conocida como Casa de Sueños, la cual ayuda a muchos niños maltratados de toda la ciudad.
Pero la lucha fue demasiado grande y para proteger a mis hijos, me fui de Colombia.
Otros permanecen en Medellín, luchando valientemente contra el comercio sexual e intentando reparar el daño causado a miles de niños cada año.
La gente de Casa de Sueños sigue luchando, trabajando para que los recursos de esta fundación galardonada de Medellín cambien la vida de los niños degradados por el comercio sexual.
Usted También Puede Luchar.
No importa dónde se encuentre.
Sea valiente.
Sea compasivo.
Sea generoso.
Done a Casa de Sueños.
La mujer que cuenta su historia arriba elige permanecer en el anonimato para proteger a su familia. Ella todavía apoya a Casa de Sueños en calidad de asesora desde su ubicación no identificada, en algún lugar de los Estados Unidos, donde su vida no está amenazada por traficantes sexuales debido a sus buenas obras.